Trabajo Decente
"El objetivo primordial de la OIT es promover
oportunidades
para que mujeres y hombres puedan obtener un trabajo
decente y productivo
en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y
dignidad humana".
Juan Somavía,
Director General de la OIT
La Organización Internacional del
Trabajo (OIT)
ha acuñado un nuevo concepto: trabajo decente.
¿Tiene relevancia o utilidad el empleo de ese
término en las actuales circunstancias?
El concepto de "trabajo" pretende
ir mas allá del simple empleo asalariado para
abarcar la diversidad ocupacional desde el trabajo
por cuenta propia hasta el doméstico que realiza un
ama de casa sin recibir pago por sus servicios a la
familia. Por otro lado la ambigua definición de
"decente" es tomada del inglés donde la palabra se
relaciona con razonable o suficiente. En ese
sentido, trabajo decente querría expresar un trabajo
que se realiza en condiciones razonables y por el
que se percibe un beneficio suficiente.
El trabajo decente tiene cuatro
dimensiones:
n
Las características del trabajo y empleo del que se
trate.
n La
capacidad de poder ejercer los derechos laborales.
n La
seguridad.
n La
capacidad de representación y diálogo con los
empleadores.
El esfuerzo conceptual de la OIT
esta relacionado con el movimiento universal a favor
de la normatividad de los derechos humanos que
siguió a la II Guerra Mundial y que ha ido avanzando
en la definición de nuevas categorías de derechos
individuales y colectivos. El ámbito de la economía
y el trabajo no han quedado al margen de esa
creciente normatividad que aun dista mucho de estar
acompañada de procesos nacionales para su
codificación legal y su implementación real. No
obstante la claridad conceptual y la normatividad
internacional ayudan a distinguir lo aceptable de lo
que no lo es.
En la historia moderna ha abundado
el trabajo que no reúne las características que
permitirían definirlo como "decente". En las décadas
recientes, sin embargo, se han conjugado tres
procesos que han empeorado la situación laboral:
n
La globalización de los procesos productivos.
n
La "flexibilización" y correspondiente precarización
del empleo.
n
El incremento de los flujos
migratorios masivos bien sean documentados y
controlados o aquellos no controlados por los
estados.
La Globalización conlleva nuevas
dinámicas de movimiento de capital y tecnología, que
conjuntamente con avances en transportes de
mercancía abre nuevas posibilidades de ubicar la
producción donde los salarios y el poder
organizativo de trabajadores son menores. Aunque el
resultado para algunos es el acceso a nueva s
fuentes de empleo, lo que es bueno en si, se
acompaña por el deterioro en las condiciones de
trabajo y seguridad de empleo; otros pierden sus
empleos y son generalmente inadecuados los programas
de recapacitación o compensación.
Esta rápida movilidad de capital y
medios productivos tiene un impacto sobre la
capacidad de organizar libremente la representación
sindical. En nombre de flexibilización y
"eficiencia" son debilitados los regímenes legales
protectores de derechos básicos laborales. Además,
en ciertos países, donde hay falta de seguridad y
sistemas judiciales débiles, es un peligro a la vida
involucrarse en la organización sindical.
Otro factor que merece más atención
ahora es el fenómeno migratorio global. En un mundo
de producción globalizada pero circunstancias de
trabajo muy diferentes, y en el que las mercancías
se mueven libremente pero no las personas, las
migraciones incontroladas y el tráfico humano han
crecido notablemente.
La OIT ha propuesto cinco elementos
fundamentales a estar presentes en una política
migratoria:
n
Un sistema, informado y
transparente, de categorías migratorias con fines de
empleo elaborado para dar respuesta a la demanda
laboral nacional.
n
Un enfoque de la gestión migratoria
basado en las normas nacionales e internacionales y
el Estado de derecho.
n
La aplicación de normas mínimas y
condiciones de empleo nacionales para todos los
sectores de actividad.
n
Contar con un plan de acción para
oponerse a la discriminación racial y la xenofobia.
n
Tener mecanismos institucionales de
consulta y coordinación con los interlocutores
sociales para la elaboración de políticas y su
ejecución.
Adicionalmente a estos cinco
elementos claves la gestión de los trabajadores
migrantes requiere también, entre otras, la lucha
contra la trata, contrabando y explotación de
personas por el crimen organizado, la cooperación
internacional al desarrollo para reducir la
necesidad migratoria de los trabajadores, motivar a
los migrantes para que voluntariamente retornen a
sus países de origen. Por último, pero no menos
importante: poner en marcha políticas
antidiscriminatorias por razón de género, raza,
etnia u otras.
El fenómeno migratorio ha sido
sujeto de una nueva serie de consultas urgentes a
alto nivel, como también lo fue la Comisión Global
sobre la Migración Internacional (GCIM) nombrado por
Kofi Annan, el entonces Secretario General de la
ONU.
www.gcim.org
Con un enfoque balanceado del
respeto para los derechos humanos y el
reconocimiento de los beneficios económicos de la
migración en general, se intenta ahora construir
consensos internacionales sobre políticas que
reduzcan el peligro y aumentan la seguridad de este
mundo precario de migrantes. Una de las propuestas
es tratar con migrantes bajo régimen del OMC,
considerándolos como elementos del comercio mundial
que se muevan con contratos fijos de trabajo. Esto
puede dar más seguridad al trabajador que emigra por
2 o 3 años, pero ha levantado también mucha
oposición no sólo por tratar seres humanos como
algún bien del comercio internacional, sino porque
no ofrece respuesta a los negativos regímenes y
prácticas reales de explotación al trabajador y su
falta de protección legal real.
Crece el fenómeno
El 3% de la población mundial –unos
170 millones de personas- viven en un país diferente
a aquel en que nacieron. Se estima que 120 millones
son trabajadores migrantes y sus familiares. De
ellos casi 20 millones están en África, 30 millones
en Europa (del Este y Oeste), 18 millones en América
del Norte, 12 millones en América Latina, 9 millones
en el Oriente Medio y 7 millones en Asia.
El problema ahora es que no
pocos gobiernos emisores de migrantes se han
adaptado a la actual situación y no ejercen
su obligación de crear condiciones de vida y
trabajo que desalienten la migración y
fomenten la riqueza nacional.
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La casi totalidad de países en este
planeta permiten de alguna forma la migración, entre
otras cosas, porque ven en ella una manera de
librarse de tensiones sociales internas y por la
sustantiva cantidad de recursos y remesas monetarias
que envían a familiares y amigos en sus países de
origen. Estas remesas se constituyen en un colchón
de soporte social y en una fuente de inversión para
pequeños negocios que permiten a sus receptores
depender cada vez menos de su envío y a quienes las
remiten ser coasociados en los negocios que con
ellas se montan.
En varios países se debaten
políticas migratorias más duras, – a veces entre los
propios intereses comerciales y financieros contra
sectores tradicionales y hasta xenofóbicos-, y los
migrantes sufren del jaque político. Donde por el
contrario se llega a un consenso sobre políticas
sobre la base de los criterios de la OIT citados
arriba, se benefician los residentes y los migrantes
del crecimiento económico así como los familiares en
los países de origen En el otro extremo, quedan en
el mundo unas pocas sociedades cerradas – apenas una
en Asia y otra en América Latina- en las que se pone
un estigma social a todo potencial emigrante, se les
expulsa de sus trabajos y viviendas mientras
aguardan autorización para su salida y se les
confiscan los bienes para luego desterrarlos de
hecho, permitiendo su retorno sólo bajo permisos de
visita temporales. Sus guardias fronterizos incluso
emplean fuerza letal contra los propios nacionales
si los sorprenden en un intento migratorio no
autorizado.
El problema ahora es que no pocos
gobiernos emisores de migrantes se han adaptado a la
actual situación y no ejercen su obligación de crear
condiciones de vida y trabajo que desalienten la
migración y fomenten la riqueza nacional. Las
personas si bien tienen derecho a migrar también
tienen derecho a no hacerlo, pero el ejercicio de
ese segundo derecho supone que los gobiernos tengan
políticas responsables de desarrollo social que
hagan de la migración una opción pero ya no por
necesidades de supervivencia o en busca de
libertades y derechos humanos que les son negados en
su país.
Pero no sólo los gobiernos, sino
que el sector privado debe también comportarse de
manera socialmente responsable y adherirse a los
principios del trabajo decente que promueve la
Organización Internacional del Trabajo (OIT). Hacer
inversiones en países que no haya leyes que permitan
la sindicalización o en que los llamados sindicatos
sean instrumentos de los gobiernos en coalición con
el capital extranjero es reprobable. También lo es
el sacar provecho de la existencia de gobiernos
corruptos y autoritarios en esos países para pagar
salarios de miseria, explotar mano de obra infantil,
discriminar por razones de género, raza u otras. Dar
como excusa la hipócrita frase de que "hay que
respetar las leyes existentes en el país" es
inaceptable. Esas leyes carecen de legitimidad
porque niegan los estándares universalmente
aceptados de la normatividad internacional. También
hay un fenómeno creciente por parte de movimientos
de consumidores, quienes quieren saber que lo que
compran no viene de mano de obra explotada
ilegalmente, o que viene de países con regímenes que
niegan derechos fundamentales a los trabajadores. La
gente, cada vez más, quiere saber si el producto que
adquieren fue elaborado con trabajo decente y buscan
que así se certifique.
El problema no reside en el alegado
derecho o ausencia de él que tiene una persona para
ingresar al territorio de otro país y radicarse a
trabajar en éste sin haber realizado los trámites
migratorios establecidos para ello. Esa es una
pregunta falsa.
El tema central es si conceptos
como los del trabajo decente pueden convertirse en
elementos legales operativos que obliguen al
empresariado de todo país a brindar ciertas
condiciones laborales mínimas, si los gobiernos
estarán decididos a legislar políticas públicas de
desarrollo social y si la comunidad internacional
terminará finalmente percatándose de que la
cooperación al desarrollo es más barata que
perseguir a mafiosos que trafican con seres humanos,
cazar emigrantes en calles y fronteras o intervenir
en conflictos armados que estallan en diversos
lugares.
Team
MCE Consultores Asociados
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